26 Aug
26Aug

Bueno, para empezar, si estás aquí es que en algún momento te has planteado que necesitas un corrector. A lo mejor porque sabes que se te pira más el panchito a Mordor que a Sauron de resaca, a lo mejor porque no estás convencido de tu ortografía, a lo mejor porque las comillas y las cursivas son seres malignos que se cuelan en tu procesador de textos y esperan el momento oportuno para saltarte a la yugular. Puede que seas de esa gente que guarda un saco de comas debajo de la mesa y las esparce sobre el texto al acabar, puede que pienses que poner puntos suspensivos al final (o, peor, en el medio) de cada frase le da un aspecto más moderno al texto, puede que ni siquiera sepas que en los diálogos se utilizan rayas. Y que tienen una manera de puntuarse muy concreta, que, te lo garantizo, no es fruto del azar.
   Puede que no tengas ninguno de estos problemas, pero sepas que a veces tu arte es más rápido que tú y tus frases tienen ciento setenta y siete palabras y ocho subordinadas. Puede que lleves mucho tiempo dándole vueltas a cómo cortar escenas, reducir o acelerar el ritmo, eliminar frases repetitivas o inútiles.
   O puede que solo estés esperando a que aparezca el nuevo capítulo de tu serie favorita en Netflix o HBO y hayas caído aquí por casualidad.
  Sea como sea, quédate un rato, anda, que aún falta bastante para que los hijos de Ragnar hagan algo de provecho y a Juego de Tronos le quedan unos cuantos meses.
   A menudo escucho frases como «Las editoriales ya tienen correctores», «Lo que importa es la historia», «Pero ya está el corrector de Word o esta app estupenda que...» o  «Ya me lo ha mirado mi vecina, que estas cosas se le dan genial».
   Y como soy una persona muy ocupada, voy a dedicar varias entradas a comentaros por qué me encantan (muchísimo) todas estas frases y así no tengo que romperme la cabeza durante unos días. Así que vamos a por la primera:

Las editoriales ya tienen correctores

Sí, las editoriales ya tienen correctores. Pero para que te corrija uno de ellos, primero alguien tiene que decidir que lo que has enviado merece la pena. Ahora no sé si esto funciona igual (sospecho que no), pero hace unos años (no tantos, lo juro. Los dinosaurios ya no poblaban la Tierra) había editores que a la tercera falta dejaban de leer. Así, tal cual. ¿Tres faltas? Me da igual que en la página doce tu novela dé un giro espectacular digno de un auténtico Nobel de la literatura, que ahí te quedas.
   ¿Os parece exagerado? Bueno, no sé. Sois escritores. Vuestro trabajo son las palabras. Si ni siquiera sabéis cuál es la forma correcta de escribirlas, ¿quién os dice que las estáis usando bien? Además, una buena ortografía siempre es una carta de presentación estupenda. Y todo suma. Si cada día se envían ciento ochenta y seis mil setecientos setenta y ocho manuscritos a las editoriales (un cálculo de variables aproximado que he realizado en medio segundo tecleando el primer número que me ha venido a la cabeza, pero que no descarto que se aproxime a la realidad), te interesa que tu manuscrito destaque entre todos por el mayor número de virtudes posible. Y sí, la ortografía es una de ellas. De hecho, lo primero que se ve no es tu brillante prosa, el magnífico tratamiento de tus personajes o la lucidez de tu historia. Lo primero que se ve es ese «haya» del verbo haber con elle. Eso es lo primero. Y lo último, si el editor es un alma sensible. Si le falta la hache... no, prefiero no poner esa imagen en mi cabeza, de verdad.
  Pero, bueno, tú solo fallas en alguna coma, ¿no? Nunca cometerías un error así. 

Pobres comitas. Ellas nunca lo harían. 


Solo ten en cuenta el ejemplo más típico de que las comas importan: no es lo mismo «comed niños» que «comed, niños». Por supuesto, a lo mejor eres caníbal. No pasa nada. Me libren los dioses de juzgar a la gente por su dieta. Con tal de que me escriban bien «Reducción de hígado humano a las finas hierbas», yo soy feliz.
   Pero supongamos que eso tampoco te pasa. Bien, te creo. En serio, te creo. Hay un montón de gente con una ortografía estupenda por el mundo adelante. A lo mejor cuando se meten en temas como el uso de las comillas, las cursivas, la puntuación de las rayas de diálogo y demás, pues ya patinan un poco, pero, oye, puede ser que tampoco sea tu caso. Y como no soy un ser sin alma, no te voy a decir nada de todas las actualizaciones que hacen los ínclitos integrantes de la Real Academia, porque si tenías buena ortografía en el 98, te garantizo que ya no. A mí alguien me escribió una vez para decirme que había detectado un error en uno de mis textos. Al parecer, había escrito «guion» sin tilde. Se pilló un disgusto horrible cuando le demostré que ya no la llevaba.
   El caso es que voy a aceptar que tienes una ortografía que envidiaría hasta... yo. Perfecto. Enhorabuena, de verdad. Es para sentirse orgulloso y, por una vez y sin que sirva de precedente, no estoy ironizando. Pero, dime, ¿cierras las manos en puños? ¿Tienes un camino a seguir? ¿Crees que los adjetivos antepuestos al nombre son lo más? ¿Piensas que algo es blanco como la nieve o azul como el cielo? ¿Te encantan los adverbios modales, y más los que terminan en -mente? ¿Crees que un gerundio te encaja perfectamente para describir una lista de acciones que van una detrás de otra? Pues a lo mejor te vendría bien que alguien le echara un vistazo al estilo de tu texto. Solo digo. Y si no sabes por qué, pues con más razón.
   

Solo un punto más


Y así, de pasada, solo por demostrar que voy con los Nuevos Tiempos™, ¿os habéis planteado que ahora hay un gran número de autores que se autopublican o que combinan esta opción con la publicación tradicional? ¿Os habéis planteado hacer lo mismo?
   No tengo nada en contra de la autopublicación, quede claro. Pero si lo que queremos es un producto profesional, lo lógico es tratar nuestros textos como lo haría un profesional. Y si las editoriales tienen correctores, y se dedican a esto, ¿por qué tú no? 
  Lo entiendo, una corrección es una inversión que un autor indie se tiene que pensar mucho, y que le supone un desembolso importante, pero esto ocurre en cualquier otro negocio que se emprenda: hay que invertir. Si vosotros mismos no confiáis en vuestro producto... En fin, sabéis cómo sigue la frase. Es como esa chorrada de quererte para que te quieran y todas esas cosas. Y no, os puedo asegurar que el universo no conspira para concederos nada y que le importan un pijo vuestras desdichas. De verdad. Esas conspiraciones zen para conseguirte lo que quieres no existen. Son los padres.
   Me remito una vez más a la «carta de presentación». Que Amazon es muy así y te deja descargar una muestra de las novelas, y os garantizo que si lo hago y encuentro una falta cada doce palabras, una maquetación horrorosa o los diálogos como listas de Word, lo último que voy a hacer es apretar el botoncito mágico de «comprar un con clic». Si un autor quiere ganar dinero con lo que hace, lo lógico es que dedique recursos para que ese producto sea lo mejor posible. Pensad en cualquier otro negocio: o inviertes en calidad o los clientes dejan de comprar después de la primera vez que les fallas. A no ser que no te quede más remedio que ir a los chinos a por el carrito de la compra, que sabes que se va a romper, pero los cincuenta pavos que vale uno bueno no te los puedes permitir y tienes que comprar una cantidad ingente de comida para tu familia numerosa, tus seis gatos y tu boa constrictor. Y sí, podéis aferraros al ejemplo de las tiendas chinas, que venden, pero es que los libros no se compran exactamente por necesidad, así que si el lector no encuentra nada de su agrado, no compra nada y listo. Que esto no es como comer, que lo haces o te mueres (y más si dejas de golpe el chocolate, pero ese es otro tema y no me apetece hablar ahora de mis debilidades).
   ¿Os garantiza esto que vais a vender mucho más? Me encantaría decir que sí, porque eso me traería más clientes, pero la verdad es que depende de muchísimos factores. Pero es como todo: cuantos más boletos tienes, más posible es que te toque el Perro Piloto o la olla exprés.
   Yo me dedico a esto y, sin embargo, agradezco que otros ojos pasen por los dedazos que no fui capaz de detectar en ninguna de mis quince revisiones previas, y jamás permitiría que un texto mío saliera a la luz sin que fuera así. Un segundo par de ojos no solo es necesario, es imprescindible, porque siempre, siempre, siempre se cuela algo. Titivilus es un cabrón. 

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